Álvaro Abellán-García | 20 de marzo de 2020
En un contexto de crisis, hablar de «heroísmo» debería ser hablar de quien está dispuesto a arriesgar su vida por el bien común. Pero, en ese preciso contexto, «lavarse las manos» invoca un tópico propio de otra retórica muy distinta.
Escucho en directo al presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, anticipando el estado de alarma que declararía oficialmente un día después, a consecuencia de la crisis provocada por el coronavirus: “El heroísmo consiste también en lavarse las manos, en quedarse en casa y en protegerse a uno mismo para proteger al conjunto de la ciudadanía”. ¡Menuda frase! Según la oía, pensé: “Hará fortuna, es memorable, carne de titular y posiblemente eficaz”. Y, sin embargo… sí, lo confieso. Me reí.
Mi imaginación se desbocaba. Empecé a imaginar infinidad de situaciones en las que las palabras de Pedro Sánchez que acabada de escuchar resultarían ridículas. En realidad, creo que resultarán ridículas en casi cualquier contexto. La frase es carne de meme y humorada por el descenso que se opera desde lo heroico y esforzado de su arranque hacia la cobardía de los tópicos con los que termina. El problema de la frase es la mezcla de géneros narrativos, propia de una empanada mental típicamente posmoderna, que mezcla discursos y planos de significación sin orden ni concierto.
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En un contexto de crisis, en el seno de una comunidad política, en una declaración solemne y en boca del presidente del Gobierno, hablar de “heroísmo” es –debería ser– hablar de quien está dispuesto a arriesgar su vida por el bien común. Pero, en ese preciso contexto, “lavarse las manos” invoca un tópico propio de otra retórica muy distinta; y “quedarse en casa”, si bien es un tópico propio de la épica, no es precisamente lo específico del héroe, sino de todos los demás.
«Entonces Pilato, viendo que nada adelantaba, sino que más bien se promovía tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la gente, diciendo: “Inocente soy de la sangre de este justo. Vosotros veréis”» (Mt 27, 24). Cuando una persona con responsabilidad pública decide “lavarse las manos” respecto de un asunto controvertido, significa que sabe a ciencia cierta que se está cometiendo una injusticia y, sin embargo, decide no evitarla, quitarse de en medio, mirar hacia otro lado. Algo así como conocer los efectos del coronavirus, saber que deben prohibirse de inmediato las concentraciones de gente y, no obstante, no hacer nada… hasta después del 8-M. A esta retórica pertenece el tópico de “lavarse las manos” desde hace aproximadamente dos milenos.
Por otro lado, en el contexto de la épica, el héroe es quien, ante una “carencia” o “fechoría” sufrida por su pueblo, siente la “llamada a la aventura”, que lo lleva a “abandonar su hogar” para solventar la carencia o vengar la fechoría. En nuestra crisis por coronavirus, héroes son el personal sanitario, las fuerzas de seguridad, los profesionales que garantizan los bienes de primera necesidad y los voluntarios. Todos los demás, especialmente los que se quedan en casa para que no les pase nada o para no hacer más mal que bien convirtiéndose en transmisores del virus, no son héroes, lo que no quiere decir que no deban ser responsables. Pero entre la responsabilidad –que cada uno haga lo que debe hacer– y la heroicidad –que algunos entreguen su vida por los otros– hay una diferencia. Cuando dejemos de reconocerla, dejaremos de tener héroes.
Otra cosa hubiera sido insertar los tópicos del “lavarse las manos” y el “quedarse en casa” en otras estructuras narrativas. “Quedarse en casa” es propio del héroe cuando la casa es esa comunidad política que se pretende defender del enemigo, ese espacio irrenunciable para la vida común, cuando se trata de defender el “hogar”. Pero entonces, el hecho mismo de quedarse en casa no puede presentarse como una renuncia a la preferible vida exterior (ocio, juerga, amigos), sino todo lo contrario, es lo exterior lo que no es deseable, de lo que hay que defenderse. Y debemos, ciertamente, defendernos del coronavirus quedándonos en casa; porque es tener casa y hogar lo que es digno de celebrar y preservar.
Finalmente: si “lavarse las manos” se ha convertido en el símbolo por excelencia de la cobardía, es precisamente porque el gesto de Pilato –como le ha pasado ahora a Sánchez– invirtió la lógica narrativa que el gesto tuvo hasta esa fecha: lavarse las manos era signo inequívoco de purificación no solo higiénica, sino espiritual (Dt 21, 6; Sal 26, 6; Sal 73, 13). El gesto de Pilato es una acción purificadora –exterior– que escenifica un modo hipócrita de quedarse al margen de una injusticia mortal –una suciedad interior–.
Qué bueno hubiera sido que Sánchez hablara de “quedarnos en casa” para defender nuestro hogar; y que hubiera hablado de “lavarnos las manos” como signo de purificación del corazón, en estos momentos en los que el egoísmo –y no el coronavirus– puede colapsar el sistema sanitario y el mercado de productos de primera necesidad. Pero, para poder proponer algo así, uno debe dominar otras narrativas.
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